Tradiciones que quedaron en el olvido

Estoy sola en casa, bueno no sola, porque están aquí mi esposo y mis hijos, pero pareciera que no hay nadie; a pocos metros en la habitación principal está mi marido, su mirada está pendiente del televisor, en sus manos el control remoto, sus dedos recorren uno a uno los canales de cable, las opciones son muchas, pero él prefiere el futbol.
A unos pocos metros la denominada habitación de juegos de mis hijos, ahí están ellos con dos palancas de play en sus manos, pendientes de cada movimiento  para ganar el juego, miro el reloj y observo que llevan así horas y es lo que prefieren hacer los fines de semana, luego de haber realizado todas sus tareas, recuerdo que cuando eran apenas unos bebes salíamos mucho más, disfrutábamos paseos a la playa o el campo, íbamos al parque y aún lo hacemos solo que no con la misma frecuencia. Reconozco en mi interior nuestra culpa, el trabajo y las ocupaciones diarias hacen que no nos demos cuenta de que estamos criando hijos electrónicos, no recuerdo haberles enseñado a jugar play station porque yo no jugué, y tampoco les enseñe a usar el teléfono celular de última tecnología de sus tíos, tías, primas que agarran con curiosidad cuando llegamos a una reunión y usan como si lo hubieran tenido siempre; tampoco les enseñe a usar el computador, ellos aprendieron solos y son todos estos aparatos los que los alejan cada vez más del exterior, ya no tienen amigos en el barrio, ni salen a la calle a jugar con ellos, ahora chatean en el computador y tienen amigos por internet. Me pregunto cuando dejamos de lado aquellas tradiciones de mi infancia, en que eran muy comunes los ahora llamados juegos tradicionales que tanto nos divertían y por los que tuve que aprender obligada a bailar, a cantar, a recitar versos, pero que me ayudaron a aprender a desenvolverme en la vida diaria, juegos por los que conocí a mis amigas del barrio, por los que me integre con mis primas, tías, hermanas y abuelos, porque varios de estos juegos, incluían también a los adultos. Mis recuerdos se remontan a aquellos momentos de la infancia ese rinconcito hermoso donde nací, rodeada de naturaleza pura, con olor a café, lejos de la tecnología que por aquel entonces (1975) era escasa en poblaciones rurales de Manabí. Desde Santa Ana, hasta donde nací, se llegaba en carro hasta la vía de ingreso  y desde allí había que caminar más de una hora, así que eran muy pocas las veces que se salía hasta la ciudad como nosotros decíamos. Eso quizás fue el factor preponderante para que los niños y adultos tuviéramos que ingeniarnos opciones de entretenimiento y distracción  que en nuestro caso fue heredada de nuestros ancestros, satisfaciendo  las  necesidades de transformar objetos y hechos de la fantasía a la realidad. Y es así que podíamos aprender jugando,  a través de la interacción de  niños,  jóvenes y adultos.
Nuestras propias experiencias  nos muestran las claras diferencias del antes y después de estas tradiciones a las que las nuevas generaciones parecen renuentes a aceptar y que cada vez más van quedando en el olvido, se fueron con mi abuela, entusiasta organizadora de fiestas y veladas en las que niños y adultos tenían participación. La recuerdo menuda y presurosa, de piel blanca y ojos almendras,  preocupada por la atención a sus comensales en aquella casa grande como yo la llamaba, construida en madera, caña guadua y techo de cadi, pero inmensa, con muchas habitaciones, sala grande para las fiestas y una inmensa cocina con el horno de leña, construido también de madera, con una gran olla de barro en el centro donde se ubicaban los troncos para la cocción de los alimentos. 
Su casa era el centro de las fiestas y reuniones de la comunidad, todos se divertían y para ello bastaba solamente nuestra imaginación para poner en práctica nuestro ingenio y ponernos a jugar y soñar con nuestros amigos, nuestros vecinos, con alegrías a veces con llanto frente a una perdida en el juego, pero eso no importaba mucho porque al siguiente día podríamos ser los ganadores. 
 Muchos eran los juegos que inventábamos y que nos divertían mucho y que ahora los niños de la actualidad ya no lo ponen en práctica aferrados a la televisión, la computadora, el internet.
 Es importante retomar estos juegos tradicionales para que las nuevas generaciones  sepan del enorme tesoro que estos escondían  y que dieron innumerables momentos de felicidad a quienes los jugaron  y que cada vez más se pierden  en el tiempo y en el olvido.

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